Somos nuestra memoria,
ese museo quimérico de hechos inconstantes,
ese montón de espejos rotos…
Jorge Luis Borges
Como sobreviviente de dos campos de concentración me pregunto cuando voy a hablar de este tema ¿desde qué lugar hablar? ¿Cómo sumergirme en los recuerdos? ¿Cómo emprender ese viaje al pasado? Porque hablar o escuchar relatos de sufrimiento y muerte es como penetrar en un territorio sagrado, no se puede entrar y salir casualmente como si se visitara un centro comercial. Porque solo la reflexión continua y profunda de estas experiencias autoriza el testimonio y le da su verdadero valor
Juan Gelman, poeta argentino, periodista y militante, en uno de sus escritos recuerda las palabras de una sobreviviente de los campos nazi: “Desde que volvimos, tratamos de hablar, de expresarnos, pero nadie nos escuchaba de verdad. Viví estos 40 años (desde abril de 1945) como una sucesión de interrupciones de la palabra, como una humillación permanente, chocaba con la incomprensión, o la indiferencia, o la estupidez de algunos con las miradas de interrogación o la molestia extraordinaria de otros”.
Estos pedacitos de memoria no dichos, fragmentados, dispersos, que muchos testigos y víctimas guardan para sí, como inmovilizados en su antiguo lugar contribuyen a la construcción colectiva de la memoria para que los crímenes del pasado no pervivan. Pero es solo la reflexión continua y profunda de estas experiencias la que puede cohesionar y poner en su verdadero valor a los testimonios. Por eso quiero nombrar a aquellos que a lo largo de estos años han reflexionado sobre el tema como por ejemplo Primo Levi (sobreviviente del Holocausto) o los textos de Pilar Calveiro (sobreviviente de Mansión Seré y la ESMA) en “Poder y Desaparición”, los relatos de Villani (sobreviviente de cuatro campos de extermininio) en “Desaparecido”, los relatos de las sobrevivientes de la ESMA en “Ese infierno” o la aguda e inteligente reflexión de la joven autora Ana Longoni en su libro “Traiciones”.
Quiero entonces comenzar estos relatos leyendo los terribles y contundentes relatos del general nazi Jürgen Stroop, jefe del Gueto de Varsovia, escritos los días posteriores al levantamiento (aquel heroico levantamiento de jóvenes judíos), en su diario describe: «familias enteras se arrojan por las ventanas de los edificios incendiados»; el 6 de mayo apunta que ha capturado a 1.500 judíos y asesinado a 365 combatientes, a los que llama bandidos. 13 de mayo relata: 180 judíos, bandidos y subhumanos han sido aniquilados. El sector judío de Varsovia ya no existe, las operaciones a gran escala finalizaron a las 20.15 horas al hacer explotar la sinagoga de Varsovia. El número total de judíos con lo que se actuó fue: 56.065, incluyendo judíos capturados y judíos cuya exterminación puede ser probada”. El 16 de mayo agrega: “El gueto ya no existe, unos 7.000 judíos murieron combatiendo, otros 6.000, asfixiados bajo los escombros y unos 40.000 fueron enviados a Treblinka”.
Estas terribles frases describen la perversidad del exterminio: “la solución final del problema judío”, frase que podemos equiparar a otras frases como por ejemplo la que el genocida Videla dijo en su última entrevista periodística: “la disposición final” frase que se enlaza con otra escuchada por muchos sobrevivientes en los campos de concentración y exterminio argentinos : QTH fijo (Ubicación Geográfica Fija) cuando nuestros captores se referían al “traslado final” de un secuestrado o como ellos decían del “paquete”.
Una figura central en la llamada “solución final del problema judío” fue la aparición de una de las criaturas del poder totalitario nazi periférica y medular al mismo tiempo, quizás la más oculta: los campos de concentración, de trabajo y exterminio con el fin de mantener presos y exterminar a judíos, disidentes políticos, homosexuales, gitanos, eslavos, Testigos de Jehová, criminales comunes, republicanos españoles, emigrados, y demás colectivos calificados como «inferiores» o «traidores» por el ideario nazi y si bien esta criatura tiene antecedentes que se remontan al siglo XVIII, apareció con toda su fuerza en esos años como “la solución final” . Del mismo modo esta criatura apareció en nuestro país en 1976 como el hijo legítimo del llamado Proceso de Reorganización Nacional.
Pero aún hoy en pleno siglo XXI sigue existiendo, como lo son el campo de concentración de Guantánamo, situado en la base naval que Estados Unidos tiene en la Bahía de Guantánamo en Cuba y que desde 2002, las autoridades estadounidenses lo han usado como centro de detención para detenidos acusados de terrorismo, la mayoría de ellos detenidos en Afganistán durante la invasión de EEUU a ese país y también otros campos detención en Irak y Afganistán.
¿Qué sucede cuando el débil derecho internacional y/o el derecho nacional es arrasado? Al decir de Eugenio Zaffaroni, cuando el semáforo jurídico que da luz verde a algún poder represivo y luz roja a otro y amarilla para pensarlo es inutilizado, quedamos aplastados en el pavimento.
Vale entonces la pregunta: ¿cómo romper el ciclo de las masacres estatales que en el siglo pasado se llevaron más de cien millones de vidas humanas en el mundo?
Creo que sólo podemos encontrar una respuesta: SOMOS NOSOTROS, ES NUESTRA CULTURA Y NUESTRA CILIVIZACION, LOS QUE DEBEMOS ROMPER ESTE CICLO DE MASACRES ESTATALES con la valentía y la furia de aquellos jóvenes del levantamiento de Varsovia, con la valentía de todos los sobrevivientes de estas masacres, y con la reflexión inteligente y necesaria para pensar todos los aspectos de este flagelo, de la magnitud de los crímenes cometidos, de la magnitud de estas catástrofes profundamente humanas.
Estas catástrofes tienen siempre presagios, por eso debemos estar atentos a estos signos. En nuestro caso tenemos que situar la aparición de este “hijo legítimo del Proceso de Reorganización Nacional, hablando previamente de los tres años de democracia entre 1973 y 1976 años que fueron acompañados de actos de terrorismo paramilitar -muerte de Ortega Peña en 1973, acontecimientos de Ezeiza, destitución del gobierno democrático de Obregón Cano y Atilio López por un comisario de policía, el fusilamiento de Atilio López y Varas el 16 de setiembre de 1974, el asesinato del abogado Curuchet, la clandestinidad y el entierro de Agustín Tosco, las primeras desapariciones y/o muerte de compañeros, en Córdoba, a mano de los Comandos Libertadores de América-, etc. Estos fueron algunos de los hechos que precedieron al infierno, hechos que presagiaron la ruptura de toda racionalidad; se desató un terrible terremoto que aniquiló al derecho y entronizó el caos producido por un Estado secuestrador, violador y asesino. Volviéndose éste, en manos de las FFAA, el peor de los criminales.
Y así nos encontró el 24 de marzo a quienes militábamos en distintas organizaciones políticas, sindicales y/o sociales y a la ciudadanía en general sin haber entendido o reflexionado en toda su profundidad sobre estos presagios.
Ya a mediados de 1976 empezamos a tener conciencia de la forma de actuar del aparato represor, de los trabajos de inteligencia de las FFAA, la tortura, la existencia de lugares clandestinos de detención… Día tras día desaparecían compañeros, constantemente teníamos que cambiar de domicilio, cada vez que había un control militar en una calle pensábamos que quizás no pasábamos ese control, nos comenzamos a sentir cada vez más solos, más aislados, veíamos a nuestros familiares con poca frecuencia y cada vez nos enterábamos de más compañeros que desaparecían…. Las pérdidas, el terror, el aislamiento comenzaron a formar parte de la cotidianeidad, de la “normalidad” y cada día podía ser el último, aprendimos también afuera de los campos a caminar al filo de la cornisa…
Como tantos otros compañeros de mi generación fui secuestrada en La Lucila, Provincia de Buenos Aires el 19 de abril de 1977, aprox. a las 18 hs. Estaba con mi hijo de un año y medio y con un compañero. Fui llevada al Centro Clandestino de detención El Vesubio, dependiente de Campo de Mayo, allí fui torturada y vejada por el personal de ese centro clandestino de detención, luego me colgaron de un pasamanos durante toda la noche, recuerdo que hacía mucho frío, escuché la tortura de muchos compañeros, fue una noche interminable de gritos, llantos y golpes.
Llegué a La Perla el 28 de abril en un avión que aterrizó en a la Escuela de Aviación Militar. En este campo permanecí por año y medio, mi identificación fue: la secuestrada número A80.
Allí mis captores me comunicaron que estaba en manos del Ejército Argentino y que mi destino final sería la muerte, que ellos decidirían el momento. Allí empecé a entender el proceso de deshumanización al que nuestros captores intentaban someternos, nada de lo que hiciéramos podía cambiar el curso de los acontecimientos y la muerte era simplemente cuestión de tiempo. Por decisión de mis captores me quedé en Córdoba en lugar de ser trasladada nuevamente a Buenos Aires…iba, por su decisión, a sobrevivir al menos unos días más…
Luego de un tiempo me permitieron que ayudara en la cuadra con la limpieza, por lo que a ciertas horas del día me permitían levantarme la venda y ayudar en esas tareas o ir a los piletones a lavar ropa, pasar del silencio, la oscuridad y la inmovilidad al movimiento es algo indescriptible… Comienzo entonces a tomar contacto con los sobrevivientes que hacía tiempo que estaban en el campo y que realizaban distintas tareas (lo que hoy denominamos trabajo esclavo en similitud a lo que sucedió en los campos de exterminio nazi). Esta decisión de mis captores, más tarde me transformaría en una desaparecida que luego reapareció, o sea en una sobreviviente.
Parte del proceso de destrucción de la personalidad incluye eliminar en los prisioneros todo sentimiento de afecto y compasión por el otro; por eso es que una parte de la resistencia en ese oscuro lugar consistió en conservar cualquier tipo de afecto por más pequeño que fuera. Era crucial el afecto hacia otro prisionero, los afectos pasados y los que uno imaginaba en caso de salir vivo, así como también poder trasmitirlo (un susurro, un sonido, un suspiro, una caricia). NO PERDER LA HUMANIDAD, sobrevivir enteros…
Se aprende a vivir en medio de la adrenalina de los captores, las vejaciones, los gritos de captores y de los compañeros de cautiverio, el terror y también el afecto. Recuerdo que hubo días en que no había actividad represiva por parte de nuestros captores, en que con los otros prisioneros jugábamos a algún juego o se repartía dulce de membrillo que traía un suboficial del liceo militar, también recuerdo que en esos días claros limpiaba la cuadra o lavaba vendas cantando alguna canción o cuando en ciertas noches calmas algún guardia nos traía un tacho con mate cocido… La risa apareció en más de una oportunidad confirmando la persistencia, la tozudez de lo humano para protegerse y subsistir. Pero esa dulce calma de ciertos días o ciertas noches se cambiaba repentinamente por el terror…
De tantas cosas vividas solo quiero contar una que tuvo para mí una significación especial. El 25 de mayo de 1977, recuerdo que pusieron una mesa en la cuadra, vino el entonces coronel Anadón, repartieron chocolate y masas y repartieron escarapelas a todos los prisioneros que estábamos en la cuadra y cantamos el himno nacional. El entonces coronel Anadón entró a la cuadra saludó como aun hoy acostumbran a saludar en el día patrio los integrantes de las FFAA: “en el día de la patria, muy buenos días.” De ese grupo de los prisioneros que estaban en la cuadra solo dos sobrevivieron…
Tiempo después plasmé en palabras lo aberrante de esta vivencia:
Una Argentina partida en mil pedazos
Una Patria que deja de ser Patria
Un Hogar que deja de ser acogedor…
Palabras, frases, excusas…
Demasiadas palabras que no se entienden
Pero, ¿cómo entender lo inentendible?
¿Cómo explicar lo inexplicable?
Ay! … ¡Qué difícil!
Ay! … ¡Cómo nos cuesta!
¿Porque perdieron el corazón?
En algún momento lo perdieron
y en algún momento nos perdimos.
Ay Madre, ¡Que solos estamos!
Ay Patria ¡cuánto dolor!
¿Cómo hacer para traspasar estas paredes?
¿Cómo hacer para decirte que somos tus hijos?
Ay Patria, ¡Cuanto dolor!
Ay Madre ¡Cuanto te amamos!
Ay Madre ¡No nos dejes morir!
La vida en los campos estuvo plagada de dilemas, que es lo correcto o lo incorrecto, donde están los límites entre lo normal y lo aberrante. Quien está desaparecido no solo siente que está desaparecido para los demás, para los que no saben de la existencia de los campos de concentración: está desaparecido para sí mismo.
En el cuerpo y en el alma se expresan las transformaciones personales que los sobrevivientes sufrimos y que aunque amenguadas se encontraron también presentes en toda nuestra sociedad. Entre las agresiones más crueles de los campos de concentración y que expandidas también se encontraban como amenaza latente en cada uno los ciudadanos de entonces puedo enumerar cuatro:
- quitarle el sentido a la vida
- el predominio del poder de darnos muerte
- la complicidad de las instituciones disciplinarias (como por ejemplo la iglesia)
- en algunos casos la identificación con el represor.
Estas cuatro consecuencias, amenguadas pero vivas y dolientes se expandieron disolviendo las energías de cada ciudadano. Para imponer el poder totalizador fue necesario que la muerte hiciera tronar el escarmiento y así nos quedáramos solos, indefensos, desolados dentro de la sociedad misma. Es por ello que el infierno del campo y la sociedad se pertenecen, por eso héroes y traidores, víctimas y victimarios son también esferas interconectadas entre sí y constitutivas.
Primo Levi reproduce en su libro “Los hundidos y los salvados” las palabras de uno de los pocos sobrevivientes de los Sonderkommandos: “Es verdad que hubiera podido matarme o dejarme matar, pero quería sobrevivir para vengarme y dar testimonio de todo aquello. No creáis que somos monstruos, somos como vosotros, aunque un poco más desdichados”…
A cuatro décadas de mi secuestro todavía tengo sueños relacionados con los campos. La mejor palabra que define mi memoria de los campos es “angustia”, angustia por el olvido inevitable y angustia también por el imperativo de recordar.
¿Se logrará entender que lo que pasó fue parte de una metodología y que a los torturadores se los crea cuando se los necesita? ¿Se sabrá comprender que la desaparición y la tortura no fueron una aberración inexplicable sino un fenómeno que dadas ciertas condiciones podría repetirse en cualquier parte del mundo?
Podemos inferir, de lo ocurrido en Irak con las torturas de los presos de Abu Ghraib, que la historia se repite pero no como farsa sino otra vez como tragedia. Los lugares y nombres cambian pero la tortura sigue denigrando al torturador, al torturado y a la sociedad que los contiene.
A los sobrevivientes de estas experiencias quizás nos basta con guardar la esperanza de que contar nuestra historia sirva para las generaciones futuras.
Mirta Susana Iriondo
Sobreviviente de los campos de concentración
y exterminio La Perla y el Vesubio
Poema escrito al ingresar 29 años después a la Perla:
Mi-Nuestra Visita
Imágenes, objetos, palabras, ruidos, voces.
Todo mezclado, mucho desorden
Como encontrar un hilo conductor?
Encontramos algo nuestro que no es nuestro.
Otra vez, imágenes objetos, palabras, ruidos, voces, personas…
Hasta que encontré el lugar…
Las baldosas, rojas, cuadradas,
del color imaginado en el lugar tantas veces recordado.
El lugar exacto del rito.
El lugar que los dioses del olimpo dejaron olvidado.
Allí están los secretos,
desde allí podemos hablar.
¿Cuantas baldosas hay? 12000?, ¿Quizás entonces alcancen?
Como dudarlo si cada baldosa tiene su dueño.
No pienso en el legado a las generaciones futuras,
la reconstrucción de la memoria,
pienso en ese lugar reparador,
ese que todavía hoy
conserva su color rojo, esta igualito,
esas mismas baldosas que fueron
pisadas, limpiadas, lloradas, ensangrentadas, mojadas, bailadas,
cantadas. Allí están…
De pronto empecé a caminar con precaución no quería borrar ni una huella,
y de pronto no entendía porque nadie lo veía,
porque solo yo caminaba con ese cuidado,
no exageremos me dije son baldosas nada más,
pero no! de nuevo con cuidado por favor!!!,
pero no crean que pienso en las huellas del horror
pienso en las huellas de la calidez,
pienso en lo reparador de su existencia.
Ellas guardan todo lo necesario para el rito.
¿Qué sería de nosotros sin el rito?
Negarnos el rito es negarnos nuevamente
y si nos negamos no hay legado histórico,
no hay reconstrucción de la memoria.